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viernes, 5 de noviembre de 2010

La tesis de la “burguesía roja” en Venezuela: Caballo de Troya de la contrarrevolución


Por Julio Cardenal

A finales de los sesenta, el flujo revolucionario de esa época fue derrotado. Como resultado de esa derrota y de algunas miserias humanas, un importante sector de la dirigencia de esa etapa asumió el punto de vista de la oligarquía y del imperialismo -dando un bandazo histórico muy típico de la ideología pequeña-burguesía-. Esa metamorfosis ideológica y política hacia la derecha se produjo manteniendo, en mayor o menos grado, el ropaje de “pensadores críticos de izquierda”. En la actualidad, algunos restos de esa “vieja izquierda” conspiran activamente contra un proceso revolucionario cuyas políticas fundamentales son indiscutiblemente populares, anti-capitalistas y definitivamente antiimperialistas. Sin embargo, es menester reconocer que muchos de los sobrevivientes de aquella etapa, sobre todo su militancia de base, jamás arriaron las banderas de lucha y hoy se cuentan entre los millones de compatriotas que trabajan por la revolución bolivariana. Son los que nunca traicionaron sus ideales ni la sangre derramada por los incontables mártires de la revolución venezolana.
Desde esa “vieja izquierda” devenida en cofradía, se viene planteando la tesis de que el “chavismo” no es otra cosa que una expresión política del neo-capitalismo venezolano, considerando al mismo Chávez como “un hombre de paja”, es decir, como un gran simulador cuyo rol es maquillar el rostro del capitalismo, en complicidad con sectores “lúcidos” del imperialismo que buscan un reacomodo mundial del mismo. Esta tesis ha sido incluso enarbolada por corrientes e intelectuales de la izquierda internacional, muchas de las cuales –a la luz de la realidad- la han abandonado. Otras insisten en ella desde posiciones cada vez más aisladas.
Sostiene esta tesis el supuesto carácter no antagónico de la contradicción entre el “chavismo” o “burguesía roja”, por un lado, y la burguesía criolla “tradicional”, por el otro. Ambas se identifican –según los sostenedores de esta tesis- por una puja común por los favores del imperio, puntualizando que para una etapa inicial de reacomodo prevalecerá una agudización temprana de dicha contradicción, con características engañosamente antagónicas. Según los defensores de la susodicha tesis, una vez culminada la etapa de readaptación capitalista, ambas “burguesías”, la “nueva” y la “tradicional”, pactarán, ya abiertamente, en contra del pueblo venezolano.
Continúa la mencionada tesis señalando que el gobierno chavista está compuesto de dos sectores: un sector minoritario no revolucionario, pero que ejerce efectivamente el mando; y un sector mayoritario, revolucionario, que no ejerce el mando, que se mantiene apoyando al gobierno, pero relegado y manipulado, en creciente disidencia con sus “mandos”.
La línea política propuesta por los defensores de esta tesis es la de infiltrarse en el “sector revolucionario descontento” (apelando al método de la operación política encubierta) con el objeto de agudizar la contradicción con el “sector minoritario” al mando del gobierno (la “burguesía roja” que incluye al mismo Chávez). Así mismo, la línea política derivada de esta tesis plantea provocar el choque violento entre la burguesía “tradicional” y la “burguesía roja” para catalizar la insurgencia del “sector revolucionario”, proclamando una “tercera opción”, lógicamente bajo la “magistral” dirección de los inventores de esta putchista tesis, donde no está exenta la manipulación del factor militar o paramilitar y alianzas “pragmáticas” con sectores de la ultra-derecha. Igual que la “tercerista” y derechizada dirigencia del PPT, los que desde la “izquierda” sostienen esta tesis, terminarán sus días, sin duda, arrodillados ante la oligarquía y el imperio.
No debemos descuidar el peligro que representa la tesis de la “burguesía roja” subestimándola al calificarla de exótica o dada la excentricidad de sus promotores. Al atar cabos de tendencias y posturas políticas recientes, nos asalta la preocupación que nos lleva a ocuparnos en debatir sobre este asunto. Existe la posibilidad que estemos al frente un verdadero Caballo de Troya, una amenaza de otra Quinta Columna dentro del proceso revolucionario que se suma, desde la “izquierda”,  a la Quinta Columna reformista de derecha.
La tesis de la “burguesía roja” se desmiente una vez que se analiza la distribución de la renta petrolera durante estos últimos años. La distribución de la renta petrolera ha sido por cien años el eje de la lucha de clases en Venezuela. Sin duda que una de las características más destacadas de la revolución bolivariana es haber modificado en forma radical la distribución de la renta petrolera, orientándola fundamentalmente al servicio de los sectores populares. Esta nueva realidad que se expresa en los diversos ámbitos sociales y económicos, se ha podido concretar porque en la dirección política del país prevalece la línea revolucionaria, por supuesto no exenta de errores, que bajo la conducción de Chávez ha logrado avanzar sorteando innumerables peligros y amenazas. El núcleo dirigente de la revolución ha mostrado claridad y consecuencia estratégica. El avance en la ejecución de las líneas estratégicas así lo confirman (en lo internacional, en lo político, en lo petrolero, en lo social, en lo económico).
Prosigamos reflexionando sobre la tesis recientemente planteada por Chávez a raíz del 26S, resumida en la expresión de “ni pacto con la burguesía ni desenfreno revolucionario”. Esta tesis encierra en su enunciado el reconocimiento de la existencia de dos grandes amenazas internas contra el proceso revolucionario. El reformismo de derecha que trabaja echando las bases para un pacto con la oligarquía. Y las posiciones ultra-radicales de “izquierda”, con visos anarquistas, que desconocen factores objetivos y subjetivos, que con sus extemporaneidades y culto a la espontaneidad podrían amenazar con hacer naufragar al proceso.
Contra el reformismo de derecha se han librado varias y duras batallas. Las más emblemáticas fueron las rupturas con el miquilenismo y con el MAS; posteriormente con PODEMOS y luego con el PPT. La declaración, primero, del carácter antiimperialista; luego, del carácter socialista de la revolución bolivariana; la conformación del bloque ALBA-TCP; el impulso dado al poder popular; la construcción de una plataforma económica para el socialismo; el rechazo a pactar con la burguesía, además de todo lo arriba expuesto con respecto a la renta, denotan una clara posición revolucionaria. Por el contrario, es poca la experiencia en la lucha contra las desviaciones de “izquierda”.
Un factor que retroalimenta al reformismo lo hayamos en ciertas conductas y prácticas generalizadas que parten de una “cultura” que como hiedra se reproduce en todos los ámbitos del Estado, así como también en las organizaciones sociales y políticas, incluso las nuevas. Existe un “chavismo oficial”, como bien señala el camarada Reinaldo Iturriza, que potencia el efecto inercial a favor de la cultura cuarto republicana de la representatividad. Un “chavismo oficial” que tiende a domesticar la parte contestataria del “chavismo original”, o dicho de otra forma, que tiende a adormecer el poder constituyente del pueblo soberano, activado en las fases iniciales del proceso revolucionario. El burocratismo, que no es un fenómeno nuevo ni bolivariano, se mimetiza, se adapta, se retroalimenta y alimenta la existencia de este “chavismo oficial”.   
Ahora bien, la revolución ha señalado caminos para confrontar al “chavismo oficial”. Están en construcción los mecanismos tendentes a encender el motor constituyente del pueblo venezolano y no dejar que este se apague. Nos referimos básicamente a los consejos comunales, estudiantiles y de trabajadores y trabajadoras; a las comunas en construcción; en los medios comunitarios; en los diversos sistemas de contraloría social; en las experiencias de control obrero y de autogobierno locales; en los núcleos de desarrollo endógenos y demás proyectos socio-productivos de propiedad social; en los frentes sociales organizados; en la integración del poder popular en el Consejo Federal de Gobierno y en los distritos motores de desarrollo; y otras expresiones organizativas y de herramientas políticas dinamizadoras de la democracia popular. 
El éxito de estos y otros mecanismos requiere de la unidad popular. Esta unidad es condición necesaria para el avance victorioso de la revolución. Un factor que atenta contra ella es la lucha sectaria entre diversas posturas (tanto reformistas como de “izquierda”) que se observa a simple vista en las distintas instancias de las organizaciones populares. Ellas ponen el acento en la captura de puestos burocráticos y en su propia y sectaria “visualización”. Esta disputa, que sustituye con diatriba al debate ideológico, constituye un factor que distorsiona la efectividad de los instrumentos en manos del pueblo. Por eso es tan importante la lucha ideológica correctamente conducida que ayude a despejar el camino; lucha que debe en todo momento interpretarse como contradicciones en el seno del pueblo y adoptar el método correcto en su tratamiento.
Existen muchos otros factores que han degradado la efectividad de los instrumentos populares para la re-polarización democrática, no sólo desde el reformismo de derecha. Si bien es cierto que el reformismo de derecha se alimenta de la estructura (y cultura) burocrática del Estado burgués, no es menos cierto que las posiciones desenfrenadas de “izquierda” tienden a subrogarse oportunistamente la vocería de los movimientos sociales, lo cual, en cierta forma también es burocratismo, en la acepción popularizada por el camarada Mao.
Ambas concepciones se convierten en obstáculos al proceso de re-polarización democrática de que nos habla Iturriza: los que por un lado caracterizan de antemano a toda acción del Estado como enemiga, negándoles a las masas populares la utilización de esta tremenda herramienta, aislándolas y desmoralizándolas, cediéndole la dirección del movimiento popular a los sectores más atrasados del pueblo (generalmente influenciados por los partidos de derecha), facilitando su despolitización al rendirle culto al espontaneismo. Como los que por otro lado, desde el burocratismo estatal (y partidista), replican la representatividad e intermediación cuarto republicana, descalificando con su mal ejemplo toda ética socialista, provocando el mismo efecto que la primera.
Una clave en la identificación de las desviaciones de “izquierda” se puede encontrar en torno al papel concreto del Estado concreto en la también concreta revolución bolivariana. Hay una verdad del tamaño de una catedral: sin la intervención de ciertas estructuras del Estado venezolano, en sus formas transformadas (o en transformación) y correctamente dirigidas por los revolucionarios, no habrá re-polarización democrática en los términos de tiempo, calidad y cantidad deseada. Es decir, no habrá incorporación activa y oportuna a la revolución de importantísimos sectores de las clases populares y sectores sociales medios que permanecen capturadas e inmovilizadas por el imperialismo y sus lacayos pitiyanquis.
El liderazgo juega un rol de primer orden y no puede exigírsele a las masas el salto hacia una conciencia de clase, hacia un eventual autogobierno, ofreciéndoles sólo el camino ultra-democrático de la espontaneidad, generalmente preconizado por los “izquierdistas”. Hay que trabajar duro en la línea correcta, haciendo énfasis en el liderazgo y en la formación de cuadros. Necesitamos líderes y lideresas capaces de combinar en la práctica los mecanismos de facilitación del Estado revolucionario, junto a la participación y protagonismo del pueblo. Fórmula fundamental para romper cualquier estancamiento y generar poder popular. Ello implica claridad ideológica y disciplinada organización. Implica de los líderes sociales el abandono de cualquier atisbo de sectarismo o de fobia infantil hacia las estructuras del Estado que sean susceptibles de ponerse al servicio de la causa popular. Implica de los líderes con responsabilidad gubernamental, en todos los niveles, cumplir con el principio de “mandar obedeciendo”, despojándose del ropaje y la mentalidad burocrática, y servir al pueblo con humildad y trasparencia.   
En nuestra historia reciente, el partido -tanto el MVR como el PSUV- ha actuado más como maquinaria electoral que como organización de dirección política-ideológica. Sin embargo, la profundización del proceso requiere como variable fundamental mantener la hegemonía ideológica del bloque histórico transformador, pasando del planteamiento anti-neoliberal (que logró prender entre las masas populares llevando a sucesivas victorias electorales) al planteamiento socialista. En esta etapa la amenaza de sutiles contrabandos ideológicos (como el “izquierdismo”) empieza a jugar su papel. Esa tarea ideológica-cultural requiere del concurso de un partido revolucionario en todos sus aspectos, tanto en lo teórico como en el cuido de los detalles prácticos.
La realidad concreta de la sociedad venezolana, con una poderosa renta petrolera administrada por el Estado, nos obligó y nos obliga a considerar la estrategia de apalancamiento petrolero, que lógicamente tiene sus pros y sus contras. Se trata de desmontar un Estado burgués, sustituirlo gradualmente por otro Estado (el comunal), sin destruir abruptamente al primero, e incluso, apoyándonos en algunas de sus estructuras para ir en contra de él. Es lo hecho por Chávez desde el momento que acudió a la vía electoral, convocando luego a la Asamblea Nacional Constituyente (que produjo una constitución democrático-liberal burguesa de avanzada o pre-socialista) y utilizando la renta petrolera para romper las cadenas que nos ataban al imperialismo yanqui (nuestro enemigo principal), debilitando al modelo capitalista dependiente-parasitario. Todo ello a punta de Estado, sistema electoral burgués y renta petrolera (pagada por los países capitalistas desarrollados).
Sin embargo, estamos en una fase de transición dentro de la transición. Es decir, ya no basta Estado burgués, elecciones burguesas y renta petrolera. Además, se requiere ahora de Estado comunal (poder popular), democracia popular y, producción material e intercambio socialistas, todo en el marco de la lucha por la hegemonía de la ideología revolucionaria, donde el PSUV (y el eventual Polo Patriótico) juega un rol fundamental.
Podría parecerse a una discusión bizantina circunscribir el debate en que si las gobernaciones, alcaldías y las juntas parroquiales deben ser inmediatamente eliminadas o no. Quizás convendría centrarse en discutir en qué medida nos sirven para ayudar a construir ese poder popular que se expresa en los autogobiernos locales, el pueblo legislador, en poner en práctica el principio de mandar obedeciendo. Imagínense ustedes a Chávez renunciando a su cargo al día siguiente de su investidura como Presidente con el pueril pretexto de que la Presidencia de la República es la institución más emblemática del establecimiento burgués.
En este punto es donde la tesis de la “burguesía roja” se torna peligrosa pues ha servido de inspiración doctrinaria de cierto sectarismo interno. La aparentemente radical y muy revolucionaria consigna “ni capitalistas ni burócratas” es doctrinariamente la misma cosa que la tesis de la “burguesía roja”. No es necesario tener un desarrollado olfato político para deducir que el resultado de la promoción de esta consigna no será otra cosa que la división entre los revolucionarios, que es precisamente lo que persigue los calculadores promotores de la tesis de la “burguesía roja”. Como consecuencia de ello, todo servidor público revolucionario (por supuesto, que no esté en línea con el “izquierdismo”) será acusado a priori de “burócrata” reformista y estigmatizado ante las masas. Más temprano que tarde, esta calificación alcanzará al mismo Chávez, como se desprende de algunas opiniones de intelectuales  de “izquierda” que lo consideran un advenedizo, un militar de mentalidad atrasada, etc.. Burda contribución a la genuina lucha contra el burocratismo y en definitiva, contra el enemigo histórico.
En definitiva, confrontamos un problema político complejo cuya solución tiene un alto componente ideológico. Es necesario que impidamos que la confusión, la desconfianza y el sectarismo tome cuerpo en nuestras filas, dándole paso al Caballo de Troya que tenemos estacionado al frente.
Hagámosle caso al oráculo y quememos ese Caballo.

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